miércoles, 10 de junio de 2009

Jueves de metempsicosis (pero en vida...)

Estimados consortes de taller:

Les cuento que me será materialmente imposible asistir al encuentro del jueves en la biblioteca.

Mis limitaciones son de índole netamente laboral, pues trabajo todos los días en la franja vespertina que va de 18 a las 23.40hs. Les aseguro, de todos modos, que una parte de mi espíritu estará con uds, oirá atentamente sus escritos y se regocijará con las lecturas del taller de Mercedes a quien todavía no tengo el gusto de conocer.

Saludos totales y BON APPÉTIT.

martes, 9 de junio de 2009

Encuentro en la Biblioteca este jueves a las 18 hs.

Estimados Compañeros:

Nos juntamos este jueves (11 de junio) en la Biblioteca San Martín a las 18 hs. El punto de encuentro será en el taller de lectura que coordina Mercedes (una de las compañeras del curso, para los que no fueron el último viernes) en la Biblioteca. Charlábamos con algunos compañeros que el objetivo sería compartir algunas lecturas de producción propia más los textos enviados por Vicente. Nos vemos entonces y no se olviden de llevar algún cuento (pregunten en la entrada por el taller de Mercedes Fernandez, en el segundo piso)

Saludos Cordiales

Javier Ávila

viernes, 5 de junio de 2009

qué pasó con el encuentro, se hizo  o no??
 
saludos...


¡Es hora que descubras quién sos! Alguien puede conocerte mejor que vos mismo.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Rpta.

Colegas: el jueves no puedo, tengo coro, el viernes si.
Posible nombre: Los Talleristas del Fondo.
--  Manuel Eduardo Vega Coord. Capacitación Tel.: 5244008

miércoles, 13 de mayo de 2009

encuentro-nombre-blog (Javier Ávila)

Estimados: 

1) Durante el último día del taller conversamos la posibilidad de comenzar a juntarnos en la biblioteca una vez al mes, quince días después de cada taller de Vicente. El tema es definir la fecha del primer encuentro. Sugiero que cada uno efectúe una propuesta durante esta semana y definamos el día en el que pueda la mayoría.Yo en lo personal opino que debe ser un jueves o  viernes de 17hs a 19 hs. El primer encuentro puede ser  la próxima semana, el 21 o 22 de noviembre. Uds. digan.

2) También sugiero que vayamos sugiriendo un nombre para el blog/grupo/taller y todo eso. Coincido en que el nombre "Escritores de Mendoza" es, además de pretencioso, horrible. Pero lo elegí para largar con algo. En fin:votemos.

3) Pueden publicar información en el blog de manera directa; simplemente enviando un mail a:
Cuando el mail llega, automáticamente se publica.

4) Cada vez que algo sea publicado en el blog automáticamente es enviado a quienes ya se suscribieron al grupo de correo.

Saludos Cordiales

Javier 


martes, 12 de mayo de 2009

La Nación: Nota de Vicente Batista (Lalo Vega)

El simple arte de narrar

Alguna vez Borges señaló que el cuento era el género adecuado para narrar historias policiales. Entendía que se trataban de juegos intelectuales propuestos para resolver un enigma, por lo que no había razón para dilatar esos juegos bajo la forma de una novela. Este juicio, sin embargo, no le impidió escribir un prólogo laudatorio a La Piedra Lunar , maravillosa narración de Wilkie Collins que se extiende por más de 500 páginas. Esa desmedida extensión, inusual en los clásicos autores del género, la encontramos ahora en dos escritores suecos consagrados con idéntico entusiasmo por la crítica y por los lectores. Las historias del inspector Kurt Wallander, creado por Henning Mankell, suelen demandar más de 600 páginas. Stieg Larsson supera ese guarismo. Ha escrito una trilogía, Millennium , de la cual ya se han publicado dos volúmenes - Los hombres que no amaban a las mujeres La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina -, el primero de ellos tiene varios centenares de páginas; el segundo, 731. Larsson murió en el 2004, cuando aún no había cumplido los 50 años. Desde entonces se ha convertido en un autor de culto.

Nota completa en: 

dioses (Javier Ávila)

Paradójicamente, su nuevo  mundo no tenía nombre.  Se extendía a lo largo de diez metros cuadrados que ardían ante el implacable furor de dos lunas  en llamas.  El norte, el sur, el este y el oeste  se perdían en el infinito como insondables vacíos oscuros. Los viajeros   eran cuatro  hombres en edad madura. Cada uno permanecía tendido boca arriba  en  un  vértice de aquel asteroide    innombrado. Sus cuerpos, raquíticos,   se consumían expuestos a  la intemperie de ese astro  celeste   que los llevaba hacia el infinito. Hacía días  que habían abandonado  los planes de escape, suicido o eutanasia. Sin saberlo eran lo últimos reflejos  vitales del planeta tierra.  

El mundo  ya no era. Luego de la destrucción atómica los cuatro habían despertado  sobre ese asteroide en viaje hacia la nada.  A pesar de que una extraña atmósfera  los protegía, al cabo de unas semanas  sus cuerpos cedieron ante el flagelo del hambre,  la sed y la desesperanza. Tendidos boca  arriba comenzaron  a  recordar sus vidas: soñaron  con sus amores, sus mujeres y sus hijos. Sus cuerpos y sus mentes  colapsaban ante la agonía  de  las palabras, los símbolos y las cosas. Al borde de sus fuerzas para el habla,  los cuatro coincidieron en la necesidad de  inventar  un nuevo cosmos:   imaginarían reinados y potestades espirituales;  crearían  al nuevo hombre. Éste  caminaría  sin fatiga las  montañas  y volaría con libertad los  cielos;  la  Inteligencia y  la  torpeza serían en él virtudes igualmente entrañables.  Su corazón   no  conocería  el deseo de dominar a otros.     

 No lo sabían,   pero se estaban convirtiendo en dioses.

Casi en el último suspiro  dieron el paso que los  hizo superior a todas las deidades: decidieron borrar  de las  almas de sus criaturas el sello de sus creadores. No pusieron  condiciones.  No  decretaron paraísos, manzanas o serpientes. No  instalaron la necesidad de sacrificios,  hogueras o  venganzas. No habría caos porque  no existirían leyes.  El nuevo hombre sería  pleno porque  había sido liberado  en su primer hálito de vida.

Mientras el nuevo mundo  empezaba el tránsito de  su prehistoria,  el asteroide agotaba su ciclo de vida  y estallaba en mil fragmentos luminosos  de colores. Los cuatro dioses morían  y las nuevas criaturas   construían sus propias vidas. Jamás  sabrían de la existencia de  sus creadores: no les construirían altares,  no se someterían ni   les suplicarían  el perdón de sus pecados.  

A los cuatro la  muerte les llegó  instantánea y  serena. La vida los abandonó sonriente y habitó  el universo por ellos creado.  Ellos hicieron de su final  un  principio, un verbo   encarnado.      

Ellos no lo  sabrían,  nadie lo sabría. 

La Puerta (Vanesa Funes)

La puerta

La mirada fija en el marco de una puerta, recta la dirección del ojo hacia fuera y, de rebote, el sentido oblicuo de la mente penetrando desde el iris hacia adentro. La mirada firme que indaga; otra mirada esquiva que huye. Ambas se deslizan paralelas hacia arriba resbalando sus rutinas de madera, de pintura carcomida y desgastada. Hasta que al fin coinciden sobre el borde de una esquina y juntas se arrastran, serpentean, reptan y se evaden en el juego ocular de la vital pesquisa. Y así, a los pies del alba, durante la penumbra indecisa de un lecho, se descubren, se penetran cómplices y confundidas durante el corvo devenir de los minutos en fuga.

Una y otra vez las dos miradas que se buscan, se encuentran, se repelen y se pierden sobre el marco de la puerta cerrada; cerrada porque sí, porque no pueden, ni quieren abrirla, porque intuyen detrás de esa puerta la mancha blanca de la nada, el agujero negro del abismo donde el grito de lo humano se evapora, se esfuma, se pierde entre los goznes siderales del universo.

Esto es todo. La agonía sempiterna de los seres que fluyen, que avanzan, que siguen su curso; seres que viven para morir sus horas y seguirán viviendo o muriendo, muriendo y viviendo hasta que un día cualquiera, al desliz de sus miradas, en un vértice redondo y diminuto, los ataje la muerte con su cara de nada, con su brillo de espectro y se vayan del mundo sin saber para qué vinieron ni por qué vivieron.