martes, 12 de mayo de 2009

dioses (Javier Ávila)

Paradójicamente, su nuevo  mundo no tenía nombre.  Se extendía a lo largo de diez metros cuadrados que ardían ante el implacable furor de dos lunas  en llamas.  El norte, el sur, el este y el oeste  se perdían en el infinito como insondables vacíos oscuros. Los viajeros   eran cuatro  hombres en edad madura. Cada uno permanecía tendido boca arriba  en  un  vértice de aquel asteroide    innombrado. Sus cuerpos, raquíticos,   se consumían expuestos a  la intemperie de ese astro  celeste   que los llevaba hacia el infinito. Hacía días  que habían abandonado  los planes de escape, suicido o eutanasia. Sin saberlo eran lo últimos reflejos  vitales del planeta tierra.  

El mundo  ya no era. Luego de la destrucción atómica los cuatro habían despertado  sobre ese asteroide en viaje hacia la nada.  A pesar de que una extraña atmósfera  los protegía, al cabo de unas semanas  sus cuerpos cedieron ante el flagelo del hambre,  la sed y la desesperanza. Tendidos boca  arriba comenzaron  a  recordar sus vidas: soñaron  con sus amores, sus mujeres y sus hijos. Sus cuerpos y sus mentes  colapsaban ante la agonía  de  las palabras, los símbolos y las cosas. Al borde de sus fuerzas para el habla,  los cuatro coincidieron en la necesidad de  inventar  un nuevo cosmos:   imaginarían reinados y potestades espirituales;  crearían  al nuevo hombre. Éste  caminaría  sin fatiga las  montañas  y volaría con libertad los  cielos;  la  Inteligencia y  la  torpeza serían en él virtudes igualmente entrañables.  Su corazón   no  conocería  el deseo de dominar a otros.     

 No lo sabían,   pero se estaban convirtiendo en dioses.

Casi en el último suspiro  dieron el paso que los  hizo superior a todas las deidades: decidieron borrar  de las  almas de sus criaturas el sello de sus creadores. No pusieron  condiciones.  No  decretaron paraísos, manzanas o serpientes. No  instalaron la necesidad de sacrificios,  hogueras o  venganzas. No habría caos porque  no existirían leyes.  El nuevo hombre sería  pleno porque  había sido liberado  en su primer hálito de vida.

Mientras el nuevo mundo  empezaba el tránsito de  su prehistoria,  el asteroide agotaba su ciclo de vida  y estallaba en mil fragmentos luminosos  de colores. Los cuatro dioses morían  y las nuevas criaturas   construían sus propias vidas. Jamás  sabrían de la existencia de  sus creadores: no les construirían altares,  no se someterían ni   les suplicarían  el perdón de sus pecados.  

A los cuatro la  muerte les llegó  instantánea y  serena. La vida los abandonó sonriente y habitó  el universo por ellos creado.  Ellos hicieron de su final  un  principio, un verbo   encarnado.      

Ellos no lo  sabrían,  nadie lo sabría. 

1 comentario:

  1. Y... yo sospecho que algún nietzscheano buena onda se los habría hecho saber de algún modo u otro. Ji,ji.
    Javier, antes de seguir, MUCHISISÍMAS GRACIAS por engendrar este espacio para todos nosotros. Gracias, sinceras por dedicarnos tu tiempo.
    Muy bueno tu cuento. Construís unas metáforas -como diría un amigo- "de putísima madre". Ahora bien, me colgué con eso de "no había caos porque no existína las leyes". Hum.. no sé, me parece que habría discutirlo. Me late a lo del huevo y la gallina ¿vio...?. Abramos juego para que los demás "opinantes" nos socorran, que hay mucha tela p´cortar aquí. Salutes y gracias nuevamente por el blog. Vanesa Funes

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